Becarios, pedir ayuda y la letra «a»

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La fábrica empieza a vaciarse lentamente a medida que se acercan las ocho de la tarde y, por lo tanto, las oficinas empiezan a encontrarse a oscuras. Mientras tanto en la especie de atalaya en donde se encuentra la mesa en donde estoy, rodeado de papeles y cacharros, todavía hay luz y salvo imprevisto la seguirá habiendo hasta las once.

Hoy he comenzado la tercera y última fase de un trabajo al que he visto nacer, crecer, desarrollarse y, por qué no también intentos de reproducirse …pero sin la parte de los bebés, no sé si me seguís.

Ya os comenté en otra ocasión que estoy en otra fábrica del mismo grupo ocupando el mismo rol que en la anterior. El caso es que aquí hay mucho más trabajo, hay bastantes cosas por hacer y eso está muy bien para mí, ya que no se trata tanto de estar simplemente por si pasa algo y sí estar haciendo cosas todo el día. Y de las que me gustan.

Imaginemos una biblioteca en la que cada persona de la fábrica va dejando todos los documentos que va elaborando. Lo escribo, lo uso y cuando acabo lo dejo en una estantería. Así una y otra vez, si una estantería está llena, no hay problema, paso a la siguiente y continuamos. Llevan casi una década haciéndolo y, claro, no son conscientes mis queridos usuarios de dos cosas: la primera es que todo el mundo puede acceder a las cosas de otro y la segunda es que casi no quedan estanterías.

Ahí fue cuando aterricé yo y me dieron mi objetivo para este segundo semestre: Hacer lo que no hago en mi habitación no-cochambrosa, ordenar, clasificar y eliminar lo que no sea necesario.

«No puede ser tan complicado», recuerdo que me dije y acepté el curro sin rechistar pensando en que sería cosa de un par de días… una semana como mucho. Qué atrevida es la ignorancia. Eso fue hace ya tres meses…

En cuanto tuve conexión al servidor vi que entre dos carpetas de uso común por toda la fábrica estaban fagocitando un 96% del disco duro, unos 240Gb y había unas 300 carpetas cada cual con un nombre más disparatado y poco descriptivo para quien no las conoce.

Comencé a hacer listados y listados, a investigar, de quién es eso, qué hay ahí, quién tiene acceso, cuanto ocupa, desde cuándo no se usa, etc, etc, etc. Así he estado hasta hace un par de días en los que conseguí después de perseguir mucho a la gente que se eliminaran unas 140 carpetas y recuperar 40Gb de espacio. Los llenarán de nuevo, seguro, pero eso ya lo pelearé en otro momento.

El caso es que ese es el motivo por el cual hace que no me siento por aquí a escribir, he andado muy liado, y que las pocas pausas que me concedo son para tomar un café y echarme un cigarrillo, aunque hay veces que mejor no hubiese sido salir. El otro día estaba yo en actividades pitilliles cuando uno de los que trabaja por aquí me preguntó algo que me dejó sino en blanco, en gris clarito.

«Qué, ¿cómo se lleva ser becario? Porque… lo eres ¿no?»

Giré la cabeza lentamente para mirarlo mientras pensaba en los años que llevo trabajando en esto, no demasiados, pero lentamente avanzan y ya falta menos para la década. También recordé que llevo programando ya desde 1.993 año en el que empecé a romperme los cuernos con algo que se llamaba «dBase III», abuelo de lo que hoy son los sistemas gestores de bases de datos… tenía once años.

Mientras tanto la palabra «becario» retumbaba en mi cabeza como el cañonazo de una pieza de artillería antigua.

«Becario, becario, becario…»

No recuerdo qué le contesté con exactitud, le dije algo de que no era becario, que ya llevaba unos añitos de «profesional» y que estaba ahí a través de la empresa en la que trabajo, que nos había subcontratado el soporte presencial. Tampoco es que le tenga manía a los becarios, pero –supongo que pasará en todos lados– aquí los becarios son poco más que los antiguos galeotes: haciendo el trabajo que nadie quiere, en condiciones pésimas y sin rechistar, que si no: golpe de remo.

Y me chinchó. Ahora solo faltaría que en lugar de llamarme «el informático», porque aquí tampoco tengo nombre, pasase a ser «el becario».

En fin, voy a cambiar de tema… os voy a contar una historia.

 

El sonido potente y chirriante de la alarma me sacó de mis pensamientos. Anudé con fuerza mis botas de caña alta, gastadas ya de casi una década de peligrosas misiones mientras oía como mis compañeros de batallón salían a toda prisa de sus dormitorios. Agarré mi fusil, me eché la mochila con el resto del equipo a la espalda y salí de la estancia en dirección al patio de armas en donde mis compañeros se encontraban subiendo a una veintena de helicópteros de transporte. Doce soldados por transporte. Algo grande estaba pasando para que movilizaran a casi 250 hombres a toda velocidad.

Salté sobre la plataforma del helicóptero y me senté en mi puesto, al lado de la puerta corredera, junto al artillero que se encontraba cargando una cinta en su «máquina de coser carne» como cariñosamente se refería a la ametralladora pesada que cada helicóptero portaba.

Una vez en el aire pude observar la escena, dado que nuestro transporte se encontraba en uno de los flancos. Era una escena impactante, todo un enjambre de helicópteros negros cruzaba el terreno amarillento de aquel lugar, ríete tú de Apocalipse Now. De fondo, el sargento nos contaba la situación aunque se desconocían los detalles. Alcanzaríamos nuestro objetivo en unos ocho minutos. En cuanto terminó de hablar al ruido ensordecedor de la turbohélice del Bell que nos transportaba se le unió una orquesta de chasquidos metálicos de cargadores entrando en los fusiles, correderas que se montan, de pistolas siendo revisadas, todo metódica y mecánicamente. Mi M-16 estaba en perfecto estado, mi Desert Eagle en la cartuchera. Cuatro recargas de munición por cada arma. Tres granadas de mano. Tío Sam no escatima en gastos para estas operaciones.

Apenas faltaba un minuto. En tierra pudimos observar como una columna de carros de combate que se dirigían al mismo punto que nosotros. Eran de las fuerzas internacionales. Doce o trece orugas avanzaban lentos pero imparables hacia una construcción más o menos grande, parecida a una fábrica abandonada. Rodeándola una multitud de puntos azul oscuro, negro y marrón que supuse que serían tropas de tierra. Habría tres o cuatro batallones de diferentes nacionalidades.

Tenía que ser algo muy gordo.

Cuatro helicópteros, incluido el nuestro, se situarían sobre el edificio, que tenía unas cristaleras en el tejado. Descenderíamos por las cuerdas preparados para abrir fuego ante la más mínima amenaza. El resto de tropas rodearían el edificio y entrarían ocupando el recinto exterior mientras que la infantería iría tomando las plantas inferiores del local.

Cuando quise darme cuenta me encontraba enganchado por el fuerte arnés a una cuerda negra y robusta, agarré mi fusil y me lancé el primero hacia los cristales que en seguida se hicieron añicos por mi peso y la caida. Contuve la respiración durante un instante. Toqué el suelo, inqué la rodilla y levanté mi fusil hacia un hombre, solo, que se hallaba sentado sobre un banquito de madera al que le faltaba una de las cuatro patas y que, a buen seguro, había conocido tiempos mejores, al igual que el escaso mobiliario de la sala.

— Don’t move! –le grité al extraño mientras mis compañeros caían como lluvia alrededor mía e imitaban mi gesto de apuntarle.

El hombre, que se hallaba de espaldas, levantó lentamente las manos indicando que no estaba armado. En una de ellas llevaba un pequeño portatil, de estos que ahora están tan de moda por ser fácilmente portables. Se giró lentamente mientras mis compañeros le gritaban que dejase el aparato en el suelo y se alejase. Así lo hizo, con manos temblorosas dejó el portátil en el suelo y dió varios pasos hacia atrás. Sus ojos llorosos buscaron los míos. Le hice una señal a mis hombres para que me cubrieran y me acerqué a él. Podía ser una trampa.

Dí un paso tras otro, mi arma siempre apuntando al objetivo. Casi cincuenta cañones también lo apuntaban a él. Me acerqué un poco más. El hombre parecía que iba a desmayarse por la tensión.

Nos rodeó la infantería que ya había tomado las plantas inferiores. Miles de miradas observaban escrupulosamente a aquel hombre. Finalmente, cuando estuve a un metro o dos de él, habló con un hilillo de voz.

— No…  no consigo arrancar el programa…. señor. Por eso llamé.

Me tiré al suelo instintivamente. Mis hombres, mis compañeros, las tropas internacionales. Todos esos dedos apretaron sus gatillos escupiendo plomo y otros improperios hacia aquel hombrecillo que había movilizado a casi mil personas por aquella sublime tontería.

Bueno, espero que os haya gustado la historia. Todo esto viene porque un usuario de una planta del grupo de algún país de vaya-usté-a-saber-dónde envió un email pidiendo ayuda con un programa. Ese email iba dirigido, según estimaciones mías y de mi compañero a unos 3.000 destinatarios de todas las fábricas que el grupo tiene repartidas por la geografía de mogollón de países. Vamos que me lo imagino corriendo por la fábrica agitando los brazos, exclamando por auxilio y cada vez que encontraba un PC con sesión abierta enviando su SOS particular a una lista de distribución diferente.

Supongo que el final de la historia que os he contado, sería el final deseado por mucho más de uno.

 

Ese no vuelve a preguntar ni cómo se programa el video, fijo.

El otro día, a eso de las nueve de la mañana, sonó el timbre en casa de mis padres. Mi madre, observó que había un coche patrulla de la policía local en la entrada y, como estamos acabando de hacer unas cuadras-establos-cocina-gallinero-escorial se pensó lo peor: algo había mal y nos habían denunciado. Se puso la bata rosa de andar por casa, la anudó y abrió nerviosa la puerta. Dos municipales, serios, se encontraban tras ella.

Bueeeno, interrumpamos la historia por aquello de dar algo de suspense al asunto. ¿Os acordaís de la canción de Fraggle Rock?, pues lo único que me falta por escuchar estos días es algo así como «Vamos a votar, tus problemas déjalos, para disfrutar ven a Fraggel rock«. Todos los días, todos los puñeteros días pasa alguna furgoneta con megafonía que ya quisiera algun tunero/cani para su seat ibiza makinero, con propaganda electoral. Y jode. Mucho.

Además yo pregunto ¿esta gente tan lista que diseña campañas no se le habrá ocurrido que esa clase de música, mensajes y demás chorradas soltadas a todo volumen por un altavoz a primera hora de la mañana no les será contraproducente? Porque a mi me pone de una mala leche que si pillo al calvo, al barbudo, a la flaca, al que no sabe ni siquiera si son elecciones, al del bigoti–este siempre me recordó a Supermario si le plantamos una gorra roja– es que los enviaba a todos engrilletados a hacerse de un tirón la banda del campo de Oliver y Benji perseguidos por Falete habriento tras dos semanas de dieta y el que no lo lograse, ya sabéis, golpe de remo. Oh, espera, ¿será que no lo ponen ellos, si no sus rivales politicos? Eso tiene algo más de sentido…

Mi madre observó alternativamente a uno y otro agente y preguntó que qué se les ofrecía.

— Buenos días, reside aquí Zetazeta zetaez. — inquirió el primero.

— Sí, es mi hijo. — durante un segundo la duda cruzó la mente de mi madre pero esta se desvaneció al intuir las verdaderas intenciones de los agentes. — ¿Por las elecciones verdad?

— Efectivamente –respondió el otro haciéndole entrega de un librillo y un papel.

Así que el próximo día 20 a las ocho de la mañana cuando la persona designada por papá Estado pregunte «Primer vocal», yo responderé «La A» y me quedaré todo el puñetero día atado a una silla viendo como la gente enchufa sobres en una urna. Creo que me compraré una revista de crucigramas.

O escribiré un post. O escribiré un post de lo que salgan en los crucigramas.

Xau Xau.

 

 

2 comentarios en “Becarios, pedir ayuda y la letra «a»”

  1. La foto de portada es de Apocalypse now no?

    La habitación ha dejado de ser oficialmente no cochambrosa ahora que tienes escritorio nuevo o casi nuevo.

    No te quejes por lo de las elecciones que te han «pagao» casi 70 eurazos o al menos eso era lo que me pagaron a mi la última vez. Lo que no sabía era que ahí os lo notificaba la policia local.

  2. Hombre por la parte de la pasta, pues sí que está bien: fueron 67 euros, que no está nada mal… pero teniendo en cuenta que me pasé escribiendo desde las 9 de la mañana hasta las doce y media de la noche, pues como que jode igualmente

    Creo que no he estado tanto tiempo con un boli en la mano en mi vida.

    :))))

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