Sillas de ruedas, la mudanza interminable y la Creación

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Y al quingentésimo septuagésimo día Él dijo: «Ea, ¡que llevas un porrón sin escribir!»

Entonces, el humilde siervo alzó la vista al cielo y con las cejas enarcadas marcando un gesto de resignada interrogación preguntó «¿Hoy? ¿Tiene que ser hoy?». Y tras ello pasó una nube con mirada desafiante –o al menos todo lo desafiante que puede mirar una nube a una persona– por lo que decidió que lo mejor sería sentarse tras el teclado y empezar a escribir, por si acaso.

Lo cierto, es que llevo media mañana delante de la pantalla del ordenador pensando en qué podía escribir, pero no consigo materializar nada. Últimamente me pasa mucho. Quiero hacer tantas cosas, me gustaría crear tantas cosas que acabo empezando mil, acabando ninguna y desesperado por no conseguirlo. Es como lo mítico del «culo veo, culo quiero» (que, a pesar de mis treinta añazos siempre me preguntaré en qué estaba pensando hacer el que acuñó esa expresión)… veo un blog con relatos, me apetece escribir, veo una página con dibujos, me apetece dibujar, me acuerdo de Terry Pratchet, me apetece leer, me acuerdo del gobierno, me apetece montar una guillotina… y así no hay quien pueda.

Creo que paso por una crisis hipercreacionista –vaya, que bonito me ha quedado el término–, y el problema ya lo definió muy bien Dani Mateo en uno de sus monólogos: «Emprendedor sí que soy, lo que pasa es que soy mal continuador» … y así me va.

Luego está que hagas lo que hagas siempre siempre habrá quien lo hace muchísimo mejor y claro, desanima, porque seamos francos: si uno escribe y publica en internet es porque quieren que lo lean, pero claro, no todo es suficientemente digno de captar la atención. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y yo creo que me he encariñado con la mía, porque siempre vuelvo, antes o después, a sentarme aquí, a escribir. En fin, al tema.

Hace dos meses que he dejado de pagar el coche, con lo que ahora dispongo de un poco más de líquido, y dado que estaba hasta la espita de mi casero y del cochambroso piso –con el paso del tiempo la idea de que los de «Extreme Makeover» viniesen a reconstruir el piso se fue diluyendo– pues decidí mudarme.

Ahora vivo en un piso que los gurús de la mercadotecnia inmobiliaria tildarían de «cuco», es decir, pequeñito. Treinta metros. Pero son mis treinta metros, bueno… nuestros, que la moza se vino a vivir conmigo. Y la verdad, ha merecido la pena… a pesar de la mudanza.

Sí, y digo «a pesar de la mudanza» en el más estricto de los sentidos ya que creo que ha sido una de las mudanzas más largas de la historia. El objetivo parecía simple: trasladar el contenido completo de una habitación –insisto, UNA habitación– más lo que podía haber en cocina al piso nuevo. Entre conseguir cajas, decidir qué va al piso nuevo, qué tiramos y qué desterramos a casa de nuestros respectivos padres, empacar y llevar todo a nuestra nueva residencia nos ha llevado casi dos semanas, pero claro, hay que tener en cuenta de que tengo un Megane y no una furgoneta. He perdido la cuenta de la cantidad de viajes que he tenido que realizar para finalizar esta gesta, pero calculo que unos diez no me los quita nadie… bueno, finalizar finalizar, lo que se dice finalizar, no. Porque a pesar de llevar un mes justito viviendo en el nuevo piso todavía me queda en el piso viejo una tele y un estor, que a ver si voy a recoger esta semana.

Un aspecto bueno y  malo de este piso es que ahora me queda un pelín más lejos de la empresa, nada exagerado: antes estaba a unos tres minutos andando, ahora estoy a diez minutos largos. No es mucho, pero para qué mentir: me gusta apurar al máximo el despertador en cama y quieras que no hay lunes que mataría por esos minutitos más. Por otra parte, me obliga a patear todos los días, lo cual es bueno y saludable, siempre y cuando no vuelva a encontrarme cierta silla de ruedas, sobre todo si está su propietario encima…

¡Hala! ¡Incívico!, diréis algunos. Y no os faltaría razón, pero esperad a que os cuente el porqué «una silla de ruedas» ha merecido mención en este post y veréis como cambia el cuento.

Iba yo caminando de retorno a casa tras una jornada de trabajo ni mejor ni peor que cualquier otra, cuando a mitad de camino me encuentro entre dos coches aparcados a un señor de unos cincuenta años en una silla de ruedas completamente encogido –en esa postura que coges cuando te duele la tripa– e inmóvil. Estaba en la carretera y en esa calle el borde de la acera hubiera valido para rodar la caida de Gandalf en las minas de Moria, por lo que era totalmente imposible que el señor subiese por si mismo a la acera. Preocupado, me acerqué y, al observar que, además, tenía los ojos cerrados comencé a llamarle:

— «Señor, disculpe señor».

No hubo respuesta.

— «Señor ¿se encuentra bien?

No recuerdo cuanto tiempo insistí, igual una o dos veces más, pero al final el señor sin moverse de su postura ni dirigirme la mirada comenzó a gritarme:

— ¡Hombre! ¡Ya está bien! ¿eh? ¡Qué ya está bien! Joder, vete a molestar a otro ¿vale? ¡Ya está bien!

Ojiplático me quedé ante su reacción. Intenté disculparme diciéndole que parecía poder necesitar ayuda. De nada sirvió pues siguió con la misma rezonga repitiendo una y otra vez a voz en pecho que «ya estaba bien».

Gracias al cielo y a que seguramente hay mucho espacio libre en mi cráneo, alguien ha instalado un mecanismo autónomo de defensa que se activa de forma automática en este tipo de situaciones. Y se activó:

— Solo pretendía ayudarle porque parecía necesitarlo. Espero que cuando necesite ayuda de verdad se encuentre a alguien que como yo se detenga y esté dispuesto a hacerlo.

Estuve cabreado por dentro durante horas. Me sentí más que indignado. Después, parándome a repasar mentalmente la escena me di cuenta de que uniendo el estado en el que se encontraba la silla (realmente dudo que pudiese rodar) y de la persona en cuestión seguramente se tratase de un indigente que consiguió la silla y la usa para sentarse y descansar. Y se ve que yo le desperté de la siesta.

Que el cielo y la tierra me perdonen si me equivoco o si estoy pecando de algo, pero es lo único que me hace encajar la situación. En fin.

 

Bueno, sé que no ha sido de mis mejores posts, pero al menos aquí me tenéis de vuelta 🙂

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