Cursos, chivatos y el arte de enfurecerse

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Los que me son cercanos saben que mi vida es bastante rutinaria. No por qué me guste que así sea, que me gustaría de buena gana poder quebrarla de vez en cuando, si no porque ando metido en la clásica secuencia de «despertar», «trabajar», «comer»,»trabajar»,»ir al curso», «dormir».

Soy de los que opina que una vida ordenada es mejor, descansas más aunque duermas las mismas -pocas- horas, te organizas mejor, etc… pero tan secuencialmente predecible es horrible.

La diferencia entre, por ejemplo, el martes pasado y cualquier otro martes del año pasado es que existe un elemento más en la secuencia: «ir al curso».

El curso es para preparar un MCPD de Microsoft, en concreto cuatro módulos para programación web en ASP.NET, que la verdad, me vienen de perlas ya que muy poca maña tengo en esas lides. El profesor era muy bueno, sabía explicar, sabía rebajarse al nivel del más lento e irlo evolucionando para ponerlo a la par de los demás, mientras que a los demás nos metía caña de la buena para que estuviesemos aprendiendo y, mientras ayudaba a los rezagados, enredados. En la manera de dar clases me recordaba mucho a cierto profesor de biología que tuve –más de un lector del blog sabe de quién estoy hablando– que explicaba de tal manera, que aún hoy, casi quince años después –empezó a darme clases en 1º de BUP, con 14 años y ahora voy camino de los 29– recuerdo con claridad absoluta un montón conceptos impartidos durante los cuatro años que me dio clases este profesor.

Eran días en los que ir al curso molaba. Pero claro, se ve que el destino nos tenía preparada una jugarreta:

Al par de semanas de haber comenzado, allá a mediados de enero, un buen día al profesor lo llaman al móvil y sin decir palabra, recoge sus cosas y se va… para siempre. Nunca más volvió. Ni ese día ni en los sucesivos, como el que sale para ir a comprar tabaco y nunca más se supo de él. Se suspendió el curso una semana y nos cambiaron el profesor. El profesor de reemplazo en seguida mostró de que palo iba: nos preguntó por nuestra experiencia y dijo que le parecía increíble que aceptaran a personas con tan poca experiencia y conocimiento a un curso de esas características. A mí el comentario me la resbalaba porque llevo años programando en lo que requerían, pero sé que algún alumno no y me dolió por ellos. Mucho. Acto seguido se sienta, de espaldas a nosotros, enciende un proyector y se dedica a leer diapositivas de un pogüerpoint, leer y leer con voz monocorde. Y claro, me da el sueño.

Yo ya le he pillado el truco. Estiro la antena cuando se que va a dar algún concepto nuevo, me quedo con él –que a final de cuentas es lo que necesito para el día a día: existe el componente X que me va a permitir hacer Y– y luego sigo a mi bola: que arreglo algo del blog, me veo los últimos carteles de cuantarazon.com o continúo escribiendo mi novela aprovechando que he conseguido desatascarme del punto en el que estaba.

El problema es que el curso es desde las 20h15 hasta las 22h45 y suele estar a una media hora andando de donde aparco el coche, más la media hora que me lleva llegar a casa nos plantamos en las 23h45. Vamos que ceno y para cama que al día siguiente hay vuelta a empezar. Así desde mediados de enero.

En fin, un aburrimiento.

 

Esta semana, por otra parte, también ha tenido cosas bastante curiosas. El otro día me llama un cliente, creo que ya os conté en otro post acerca de este personaje y la conversación fue más o menos así:

— Hola buenos días

— ¿Zalo? — La voz suena bajo, de fondo se escuchan ventiladores que me recuerdan a los de una sala de servidores.

— Ah, hola — reconocí la voz al fin –. ¿Dónde estás que te escucho fatal?

— Escondido

— …¿cómo? — mi cara debía reflejar un clarísimo «wtf»

— Sí, verás… tenemos una auditoría y te voy a mandar un email. ¿Vale?

Y yo en casa tengo un paraguas…, pensé.

— Vale… supongo.– respondí extrañado al fin.

— Ok, entonces, pero no te extrañes del contenido del correo. Es más, como si quieres mandarlo directamente a la papelera sin leer.

Aquí empecé a sospechar…

— Vamos que lo único que necesitas es que determinado email figure en tu lista de emails enviados ¿cierto?

— Estoooo….     ….sí.

— Y ese correo que necesitas tener enviado si va a venir dirigido a mí es porque me vas a echar la culpa de algo ¿verdad?

— Si…

— Y además de algo que no os ha causado problemas, pero que si el auditor sabe que lo tenéis los tendréis ¿estoy en lo cierto?

— …..sí.

— Vale. No te puedo prohibir enviar un email.

Y colgamos.

Dicho y hecho, a los diez minutos recibo un email que ponía: «Les remitimos nuevamente el detalle del error que no ha sido subsanado» y otras cositas. Adjunto a éste había un documento de word llamado «Nuevo documento de word 3.doc» que abrí rápidamente mientras pensaba «Eso es tener estilo al adjuntar ficheros». Sabía con exactitud qué iba a poner. Bingo.

Igual más de alguno se echa las manos a la cabeza o se rasga las vestiduras. Pero os puedo asegurar que la inmensa mayoría de los programas de gestión en donde hay pasta, caja, etc. tienen opciones ocultas… por lo menos aquellos que se desarrollan por encargo –que nadie se ponga a investigar a los del contaplus– y muchas de ellas son relacionadas con Cajas B y semejantes. Esto es tan cierto como que soy programador y más de una vez me ha tocado añadir opciones de ese estilo. El caso que tanto preocupaba a mi cliente es que ellos para cobrar tienen que esperar a que alguien en la administración les diga que sí, que todo está en orden y tras ello se remite a otra parte de la administración que es quien les suelta el parné. En la mayoría de los casos esto es así y así se debe hacer. En otros casos añaden manualmente en la trazabilidad del… papel –dejémoslo ahí– que ha sido aprobado por el primero de los fulanos y se lo remiten al segundo.

Supongo que a estas alturas ya os imagináis el contenido del «Nuevo documento de word 3.doc». Venía siendo algo así:

Estimado [Z]eta

Os solicitamos nuevamente que corrijáis el error del programa informático que nos habéis desarrollado que permite que cualquier miembro de esta empresa pueda marcar un papel como aprobado sin que éste fuese remitido previamente a la administración.

Si tenéis cualquier duda al respecto, no tengais problema en contactarnos.

Que tenga un buen día y agradecería celeridad en el asunto.

Evidentemente me lo esperaba. Lo que le faltaba al email era «Que tenga un buen día y agradecería celeridad en el asunto (guiño, codazo, guiño)». Sé que esa opción la tienen, sé que la pidieron ellos, sé que la usan y ahora sé que los han pillado. En fin. No creo que esto nos llegue a afectar a nosotros ya que por mucho que el programa lo permita la responsabilidad final de ponerlo o no sigue siendo de ellos, pero prefiero que me deba un favor, sobre todo este personaje… el de los chivatazos rápidos, letales y el teléfono de mi jefe grabado en el botón «1» de su teléfono. En fin.

Para ir finalizando, que ya van siendo horas, en el mismo día en que esto sucedió, pero un par de horas antes… a eso de las nueve, esperaba la llamada de un cliente que piensa que es el único cliente de la empresa –bueno, todos los clientes lo piensan, pero este más aún dado que es una delegación de la administración– al que tenía que haberle hecho unos cambios en un programita que tiene.

— Para que veas que no te meto presión: hasta el jueves para terminarlo, que mañana es festivo aquí.

Esto me lo dijo el martes. Gracias, su excelencia por su magnanimidad.

El tema es que yo tuve un miércoles de locos y no pude hacerle nada. El jueves a las 9:07 exactamente (entro a las 9h) me suena el teléfono.

— ¿Qué? ¿Tienes lo mío ya listo?

— Tienes que perdonarme, pero no he tenido tiempo para hacértelo. Espero terminarlo a lo largo del día de hoy, pero para no pillarme los dedos quedamos el lunes a tiro fijo. Te llamo a primera hora y me paso por ahí.

— Bueno, está bien. No te preocupes. Nos vemos el lunes

No me lo puedo creer. Simplemente no me lo puedo creer. No me ha montado un escándalo ni ha puesto el grito allá donde están los precios de la gasolina actualmente. Hoy va a ser un buen día, me dije.

Iluso.

A las 9h21 vuelve a sonarme el teléfono. Al otro lado de la línea una secretaria.

— ¿El sr. [Z]eta?, de la empresa talycual?

— El mismo, dígame.

— Aguarde un momento que le voy a pasar con la Sra. Tiranosaura Administrativus Rex, Jefa de jefes y madre superiora de todos los que trabajan en la administración provincial.  Amén.

Esperé 0.27 microsegundos. Tras tan larga espera escucho un torrente por el auricular: Que como se puede explicar que el programa esté en tan lamentable estado, que si pensamos que son cualquier tipo de cliente, que si como es permitible un programa que hace las cosas a medias, que si tener eso y no tener nada es lo mismo, que como puede ser que no haga tal y cual y mil atropellamientos más con voz firme, autoritaria y tenaz.

Cuando hizo una pausa, que supongo que sería para respirar, repliqué.

Le dije todo con unas formas más que excelentes, los que me conocéis sabéis que soy educado con la gente y los que no pues simplemente creedme que soy un profesional así que no podía ni permitirme decirle sandeces –por muchas ganas que tuviera– ni dejar que me machacara así al teléfono.

Le dije que en primer lugar sí conocía cuales eran las especificaciones originales del proyecto, por que igual algún iluminado de su administración quiso que el programa hiciera esto sí y aquello otro no, dando lugar a una tarea aparentemente incompleta, que por supuesto no eran cualquier tipo de cliente, faltaba más, pero que sus superiores más superiores dieron inicio al proyecto y lo cortaron a mitad y no pagaron. Y así se instaló, porque sus jefes así lo quisieron. Que no estaban pagando soporte ni mantenimiento y aún así se estaba ofreciendo. Y que si tener eso y nada era lo mismo que hable con sus jefes que así quisieron que quedara.

Jodercoñoya….. fue lo que me faltó por añadir.

Me puso de una mala ostia que no os imagináis. De hecho mientras intentaba recordar con exactitud lo que me dijo y lo que le respondí noto como me vuelve a palpitar la vena esta que tengo en la sien que actúa como los chivatos de las ollas exprés.

Al final me dijo que vale, que el lunes después de instalar los cambios fuera por su despacho y le explicara el estado de la aplicación y los motivos. Pero no. No va a ser así. Estoy tan cansado de bregar con ellos y ya me llega con aguantar a usuarios como para enfrentarme con alguien que tiene galones y muchos. Así que le pedí ayuda a mi jefe inmediato. Le conté lo que pasó y se ofreció a ir a hablar él mismo con ella. Uf. Si no fuese porque viene él conmigo el lunes podrían pasar una de tres cosas, y cualquiera de ellas me dejaría jodido:

opción A) Entro en su despacho a grito de «Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa» La dejo crecerse para no enfadar a un cliente que es importante, le doy vaselina comprada antes de entrar y salgo jodido moral, laboral y anímicamente. Malo.

opción B) Entro en su despacho a grito de «Gerónimooooooo» y estamos durante meses debatiendo a voz elevada sostenida sin llegar a gritos, con palabras y argumentos contundentes, plagadas de puñadas veladas a ver quién de los dos tiene razón. Ella es funcionaria, yo no. Tengo que rendir cuentas a mi jefe por cada minuto así que el tiempo que podría dedicar es limitado. Conclusión: esta opción es también jodida. Malo.

opción C) Entro en su despacho a grito de «¡Pegaso dame tu fuerzaaaaaaaa!» y le parto la cara. Acto seguido me despiden. Malo, pero me voy al INEM jodido, pero sonriente.

Bueno, creo que eso es todo por esta semana. Espero que os haya gustado el post.

Un abrazo

 

 

6 comentarios en “Cursos, chivatos y el arte de enfurecerse”

  1. Jajaja estoy entre ¡Jerónimo! y !Pegaso dame tu fuerza! Santa Paciencia la que tienes con esos individuos si ya me parecía a mi que programar no era fácil 😛
    SaludoS!

  2. Es lo malo de tener parte de tus tareas vinculadas a la atención al público.

    Al final no fue ninguna de las opciones, aunque fue algo parecido a la primera. Mi jefe en lugar de venirse le llamó y la calmó explicándole, supongo, lo que hay. En contrapartida, siguen pidiendo cosas y cambios, así que en breve tendré que volver… en fin.

    🙂

  3. Rutina, rutina y mas rutina. Desde noviembre la mia es trabajar,dormir, comer, trabajar, dormir, comer,….. Con la diferencia de que hay semanas que no tengo ni un dia de descanso…
    Ahora que estoy yendo a unas charlas al CUVI pues lo agradezco bastante pero si que es muy muy jodido.

    Muchas veces me imagino viviendo la vida al estilo Indiana Jones, viajando por paises, conociendo mundo en el que cada dia sería una aventura diferente.

    Pero que se le va a hacer, de momento no puedo.

    El profesor ese claro que se a quien te refieres (uno de los mejores, por no decir el mejor de toda mi vida).
    Algo que no soporto de mucha gente, generalmente profesores, es su altanería o chulería. En mi larga vida como estudiante he visto que hay gente que vale para divulgar o transmitir pero hay otra que no.
    Auque la falta educación no debería de estar mezclada con esto último, cosa que es bastante habitual.

    Por último y haciendo referencia al esos clientes pesados, al menos por lo que veo, no pasó lo peor que podía pasar que es perder el cliente.
    Nosotros desde finales de verano del año pasado hemos tenido un bajón importante aunque ahora parece que empieza a mejorar un poco.

    PD: Parece que le has cogido gusto a los títulos con tres palabras.

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