Reza un famoso dicho que «una imagen vale más que mil palabras», el caso es que para los últimos y recientes acontecimientos creo que no tengo ninguna imagen que los describa adecuadamente, así que buscaré mil palabras.
Comenzamos la narración con una pequeña historia…
Era un hombre valiente. De los de antes. De los que tenía miedo de las cosas, pero aún así seguía adelante. Estaba sentado en la orilla de la cama con los brazos apoyados sobre las cansadas rodillas y la mirada perdida en la lejanía mientras un cigarrillo se consumía entre sus dedos. Absorto en sus pensamientos, repasando mentalmente cómo debería afrontar los sucesos que pronto acaecerían. Pronto. Muy pronto.
Recordaba como había ido superando todos los obstáculos que se le habían plantado frente en las últimas fechas, desde criaturas enfurecidas al otro lado de las líneas enemigas hasta resolver complejos problemas de logística y abastecimiento. Su rostro dibujó un gesto contrariado, observó el reloj y lamentó no disponer de algo más de tiempo.
Instantes después mientras el aplastado cigarrillo iba muriendo lentamente en el cenicero el hombre se puso manos a la obra intentando seguir todos los pasos que había repasado una y otra vez. Recogió del suelo la cesta en la que transportaría los objetos de su misión y los empezó a introducir uno a uno en ella. Lo hizo en silencio, con la mirada de aquel que tiene miedo, pero que afronta los hechos con toda la entereza que puede aunar en su interior.
— Esta vez tiene que salir bien — se repetía mientras continuaba introduciendo elementos en la cesta. Se había enfrentado a una situación semejante en el pasado. Dos veces. Y en ambas ocasiones salió derrotado, huyendo herido del campo de batalla.
Sonrió melancólicamente al recordar la primera vez. Su enemigo se había revuelto tanto que había logrado romper parte de la instalación del edifición y derramar un torrente de agua sobre él. Cuando se quiso dar cuenta torrentes de agua lo arrastraban todo convirtiendo el suelo en un fangoso lago en la que afloraba su frustación por la derrota como las espinosas zarzas en un monte, mientras, al fondo, su rival le mantenía una mirada desafiante con la triunfal sonrisa del que casi es alcanzado.
Paso mucho tiempo hasta que lo intentó de nuevo.
Había planeado su venganza con paciencia: no dejaría nada al azar. Atrancó a su objetivo de manera que no pudiese moverse del lugar por mucho que se revolviese, se aseguró que no podría afectar a la infrasetructura del edificio repitiendo el plan de huida anterior. Realizó las operaciones con presteza y velocidad evitando todo tiempo de reacción por parte de su némesis particular. Y lo consiguió. Por un instante doblegó a la bestia y consiguió que ésta hiciese lo que él deseaba. Pero cuando bajó la guardia, la bestia prefirió morir a ser doblegada. Nunca supo qué fue o cómo lo hizo, pero cuando se quiso dar cuenta la maquinaria que lo rodeaba empezó a emitir queijos metálicos que pronto comenzaron a sonar como un fuerte granizo impactando sobre el acero. Instantes después un fuerte golpe y el cruel sonido del metal arrastrandose violentamente sobre el acero fueron la señal inequivoca de que la bestia había muerto.
Segundos después tan solo silencio.
Esta vez lo lograría o moriría en el intento. Cargó la cesta en los brazos y se dirigió al lugar en donde se desenvolvería la batalla. Avanzó con pasos firmes y decididos intentando engullir el miedo que sentía en su interior. Instantes después abrió la blanca y anodina puerta que confinaba a su rival. Ahí estaba. Blanco, acerado, frío y deseando desbaratar una vez más su intentona como su hermano había logrado en el pasado.
Él se acercó, con velocidad abrió sus compartimentos, introdujo el material que había traido y derramó sobre él un complejo compuesto químico que le ayudaría en su misión. Bloqueó nuevamente el movimiento de la bestia y se aseguró que el proceso no fuese demasiado apresurado para evitar perder el control sobre ella y perder esta presa también.
Introdujo con manos temblorosas el código de activación. El cuatro. Siemrpe se preguntó porqué nunca empezaban en uno aquellas cosas. Cerró las tapas con velocidad y en cuanto se vio libre se alejó de un salto hacia atrás, tan fuerte y desesperado que se golpeó con una silla que se encontraba tras él.
Encendió otro cigarrillo con la mirada fija en aquella máquina que le había causado tantas frustraciones en el pasado y que, esta vez sí, había logrado domar.
Un par de horas más tarde, visiblemente cansado, pero con una sonrisa triunfal en los labios, el valiente protagonista de esta historia consiguió tender la colada que, esta vez sí, había logrado poner con éxito.
Pues sí, cómo sabeis la mayoría de vosotros, lectores míos, este pasado mes de abril me he independizado al fin. Ahora soy un chico de provincias en la gran ciudad, compartiendo piso en el mismísimo corazón de la urbe. Para cualquier ser humano (donde ser humano es cualquier miembro del conjunto «humanidad» sustrayéndole el subconjunto «yo») no supone demasiado. Para mí es todo un reto: organizarme, hacer la comida, ordenar las cosas, cumplir con las tareas asignadas del piso, limpiar, hacer la compra, ver donde se van los leuros, …vamos un merequetengue. Pero había conseguido solucionar todas y cada una de las tareas necesarias para mi supervivencia, pero evité la lavadora hasta que, claro, llegó el día en que no tenía calcetines… ni camisas… ni pantalones…, y no me quedó otra. Había tenido dos sustos que, creedme, son fieles a la historia que os acabo de narrar a excepción de las licencias literarias que me he tomado.
La primera lavadora que puse fue en mis tiempos de facultad. Puse la lavadora y me fui a clases con la esperanza de que, al volver, la lavadora estaría lista para ser vaciada. Iluso de mí. Se ve que la lavadora tenía una pata coja y al centrifugar le entraron ganas de darse una vueltecita por la cocina. Cuando llegué a casa, la lavadora había salido más de un metro de su lugar original y claro, el tubo flexible del desague iba empatado –que no sellado–, se desmangó y desaguó en el suelo de la cocina.
La segunda vez, algún tiempo después, puse otra. Calcé la pata para que no volviera a caminar y la puse a funcionar. A mitad de centrifugado se partió el eje del tambor que empezó a rodar sin control dentro de la caja. Imaginaos el ruido, pensé que se venía el piso abajo. Hala, segundo intento fallido.
Pero esta vez funcionó. Minipunto para mí. 🙂
En fin, en otro orden de cosas y siguiendo por el palo de mi reciente independencia, pronto dejaré la habitación «cochambrosa», apodo aportado por miki ante la falta de comprensión ante el «arte» que el anterior inquilino dejó en la pared, para pasarme a la de al lado. Es que R se va del piso, que está quemado con el casero –que pasa un huevo de todo– y mil detalles más. Lo cierto es que le voy a extrañar, es un buen tío y su perro –llamado Philip J. Fry– me cae de maravilla. En fin, por lo menos heredo una gran habitación.
Y por último, el tutorial paso-a-paso de «cómo organizar un picnic» en 3 horas:
1) Recibir llamada de la creadora de la idea. Comentar las cosas, cómo hacer, a quien llamo primero, reparto de comidas, etc.
2) Llamar al Breo. Hablar con él. Que qué se va a hacer, donde y como. ¿Pero va a llover? Pues en mi casa entonces. Ah vale.
3) Llamar a Rosy otra vez. Recibir llamada de Breo mientras tanto. Poner a Rosy en espera
4) Breo: que ellos no van, que van a la fiesta del pueblo que hay papeo y marchita después. Que sería guay ir todos, pero a ver qué opina el Miki.
5) Cuelgo a Breo, recupero la llamada de Rosita. Explicarle lo de Breo.
6) Llamar a Miki. No coge.
7) Llamar a Miki. Explicarle el plan original, explicarle lo de Breo. Que no se moja, que nos aclaremos y le digamos.
8) Llamar a Rosy. Decirle que a Miki le va bien cualquier cosa siempre que estemos juntos. Que vuelva a llamar a Breo y a ver que dice.
9) Llamar a Breo. Decirle que la idea era no gastar pasta, que es fin de mes, y que no nos molaba estar en la fiesta con todo petado de gente. Que a Rosita y a mí nos hacía mucha mucha mucha ilu. Que hablará con Lore porque habían medio quedado también con otra gente. Cuelgo y espero.
10) Me llama Rosy, que si he hablado con Breo, le digo que sí y que estoy esperando a ver si me llama. Me llama Breo. Pongo, otra vez, a Rosy en espera.
11) Breo me dice que habían medio quedado con los otros, pero que daba igual que sí. Pero que daban mal tiempo para el sábado. Pues comemos todos juntos en mi casa. Ah ok. Cuelgo. Recupero la llamada de Rosy
12) Rosy, que sí, que se vienen. Que no hay fallo. Luego llamo a Miki. Cuelgo
13) Me llama Breo de nuevo. Que si dan plantón de nuevo a sus colegas, los matan. Así que si porfis porfis porfis podía mejor en lugar de ser un picnic a medio día, podía ser un picnic por la noche, y en lugar de picnic en mi casa.
14) Llamar a Rosy. Que no hay fallo.
15) Llamar a Breo. Que guay, que sí. Que traigan tortillas.
16) Me llama Miki. Que tiene otra idea. Que no Miki, que no. Resumirle los 15 puntos anteriores. Que guay, que quedamos en el piso y si pueden venir dos amigos más.
17) Llamar a Rosy para decirle como está el panorama.
18) Me llama Breo que si puede apuntarse también otro colega que no tiene plan y se quedó solo. Sin problema.
19) Me siento en la terraza. Enciendo un cigarrillo. Llamo a Rosy, 3h después del punto 1, y le cuento qué a ver si todo el mundo se hace una cuenta de Twitter y así se debate en comandita todo y yo me dedico a otra cosa que no sea la organización de eventos.
¿Pero sabéis? Mereció –y mucho– la pena. Lo pasamos en grande y conseguí reunir bajo el mismo techo a todos mis Amigos –con mayúsculas–
2 comentarios en “El valor, cochambrosidades y cómo organizar un picnic”
Joe,haces que poner una lavadora sea una aventura épica…jaja.
Yo solo he puesto una en toda mi vida y siguiendo el manual de instruciones salió bastante bien.
Lo de la habitación cochambrosa me salió del alma, pero bueno, ahora ya pronto tendrás una mejor.
Por último me lo pasé genial la noche de aquel sábado. Hicimos casi de todo: beber, comer, bailar y pensar (trivial), aunque hablando del trival para la wii va un poco por libre en cuanto a las preguntas.
A cuidarse mucho.
Nos vemos.
Jajaja ya no se qué me ha hecho más gracia si la lavadora, la definición de «cochambrosa», la organización del picic o el que Miki haya puesto una lavadora con el manual en mano!!! INCREÍBLE!!!!!
Que sepas que la narración «épica», como dice Miki, de tus problemas con la lavadora me ha encantado!!!
Por otro lado que la definición de «cochambrosa» me llegó al alma!! Aún hoy me sigo riendo al recordarlo!
Sobre la redacción de cómo organizar el picnic simplemente no tengo palabras. Esta expresado de manera verídica el increíble jaleo que se montó y los múltiples cambios que acaecieron al evento. Propongo para la próxima contratar a un organizador de eventos porque creo que lo necesitamos. Jajaja
Muy divertido el post!
Saludos a tod@s 🙂