Los pesimistas, las cosas buenas y gatos subidos en los árboles

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Ya tenía yo ganas de volver a sentarme delante del teclado con claras intenciones bloggeras. No es exactamente la situación en la que yo quería volver, me había propuesto volver a escribiros sentando en una cafetería, con el solecito primaveral bañándome el rostro y un cigarrillo consumiéndose en el cenicero… y casi lo consigo, excepto por el hecho de que caen unas gotas tan gordas que parece que llueven globos de agua, estoy en martes en el trabajo de los sábados y aquí no tengo un cenicero en el que dejar el pitillo para, de paso, hacer que también llueva dentro de la empresa en cuanto los detectores de humos se percaten de su presencia. En fin, que como decía el otro, a tomar por culo la chaqueta.

Y estamos en Semana Santa, así que de Pascua me salgo, concretamente con mi buenaventuranza favorita: «Bienaventurados los pesismistas, …»

El otro día un cliente me llama diciendo que tiene problemas para sacar una serie de listados. Ando liado con otras historias, así que le pido a una compañera que me eche el cable. «Sin problema», me dice, así que me desentiendo. A los diez minutos, la veo plantada delante de mi silla.

— ¿Qué pasó? ¿Se te reyerta el informe?

— No… no es eso ¿es normal que para sacar el informe la base de datos temporal crezca hasta los 6.7Gb?

¿Lo cualo?, pensé, haciendo un simil culinario es como si te despiertas en mitad de la noche con habruzca y te dices «Voy a hacerme un sandwich de queso para matar la gusa», y te levantas, coges el pan, vas a la nevera, sacas el queso, la leche, los tomates, las lentejas del día anterior, tres docenas de huevos que te trajiste de casa de la abuela, la carne congelada, las barras de pan que siempre atascan el congelador (¿tan dificil es partirlas?) , la cubitera, catorce juegos completos de cubiertos, la vajilla de la boda de tus padres, cuatro kilos de harina de la estantería, otros tres de canela en ramo y al final haces el sandwich en el suelo porque has llenado la mesa de cosas que no te hacían falta.

— Pues no, la verdad es que no. Vamos a darle un vistazo.

Tal que a los diez minutos de estar intentando ver porqué el programa vaciaba la cocina en la mesa para hacerse un puñetero sandwich se pasa un compañero por nuestra mesa.

— «¿Puedes echarnos una mano?» — le pregunté — «Tu eres el fiera en estas cosas». Cierto es, si necesito hacer un cocido le preguntaré a mi madre, si necesito pelearme con una base de datos SQLServer, le pregunto al pirata en cuestión.

— Fale.

Ya eramos tres sujetando el palo con la mierda pinchada.

Lo vi traquetear por todas partes, ajustes aquí, cambios allá, modificando parametraje por acullá y yo atento a toda la película a ver si se me pega algo. Espera… pero qué hace … ¿eso puede hacerse? … ¡Zas! A tomar por culo media base de datos. No digo ni «mú», él es el fiera, el gurú, el barbanegra de las bases de datos, así que me limito a observar sus movimientos y a cada clic veo como el amigo pierde un poquito de color. Sonríe y suelta un chiste.

— ¿Os sabéis ese de que un fulano se va de vacaciones y le deja a un amigo el cuidado del gato?

— No — respondemos al unísono. Ya decía yo, no podía estar haciendo nada malo, este está suficientemente relajado como para bromear, … bufff, menos mal.

— Pues eso, un fulano se va de vacaciones y le deja el gato a un amigo suyo y al volver éste le dice «Tío, tu gato se ha muerto».  «Joder, como me lo sueltas así sin más. Es algo muy duro, podías habérmelo disimulado un poco…» «¿Como» Le pregunta el nefasto cuidador. «Pues no se… podías haberme dicho: Mira, es que el otro día tu gato se subió a un árbol y al bajar cayó mal … y así ya me voy preparando para lo peor…

— Pirata, ¿estás intentando decirme algo? — le espeté directamente — ¿Qué pasó con los datos?

— Bueeenoo…. verás, hace un rato los datos se subieron a un árbol y…

Nos quedamos los tres unos segundos mirándonos alternativamente con cara de severa circunstancia hasta que la situación cayó por su propio peso. Nos descojonamos, claro. Tras cinco minutos de panzurrada, miro al pirata y le digo:

— Tranquilo, tu haz como si no hubieras borrado todos los datos de los últimos ocho años, siempre hacemos un backup antes de empezar a hacer algo… ¿donde dejaste el backup? — acabé preguntándole a mi compañera.

Cuando el colega empieza a recuperar algo de color, miro que mi compañera tiene cara de haber visto siete veces seguidas la cinta de The Ring.

Genial, ahora el jefe nos iba a subir al árbol a todos.

Sufrimos y rebuscamos mientras yo iba firmando un documento en que donaba todos mis órganos a la ciencia y legaba mi colección de CD’s a una ONG, pero al final, conseguimos recuperar los datos.

— ¡Lo veis! — exclamó el pirata — Si al final tengo que venir yo a arreglaros los problemas. — Si las miradas matasen se hubiera muerto veintiocho pares de veces entre mi compañera y yo — Vale, vale… ya me voy.

Al final llamé al cliente y le comento que a mediados de año le hare una copia de todo y le vaciaré la base de datos para que no se junten 6.7 Gb de datos en el mismo sitio y al Pirata no se le de una vez más por hacer botón derecho, vaciar base de datos. Le parece bien, que el listado no era algo crucial. Si llegas a saber la cantidad de cosas cruciales que nos cargamos para llegar hasta este punto… en fin.

Tras la llamada me giré (tengo al Pirata sentado detrás) y le digo «Se acerca Semana Santa, ¿te sabes alguna buenaventuranza buena?». Tras un «No» cargado de curiosidad le respondo. «Yo sí: Bienaventurados los pesimistas, porque ellos hacen backups». Se ríe y me responde «Ciertamente. Pero ¿sabes? La vida es una barra de progreso, y hoy he añadido a la mía un par de cuadritos más…»

En fin…

Por otra parte últimamente ando de muy buen humor, aún a pesar de que no consigo escribir un post como a mí me gustase, quizá sea la primavera o que tengo un arranque de idiotez, pero estoy feliz. He rebajado la carga de trabajo, mi anti-bestianegra está dando golpes con los cuernos en el corral para que lo deje salir de una vez y yo ando disfrutando de algunas pequeñas cosas que hace tiempo dejé de hacer y, aunque no se nota cuando las vas dejando de hacer, lo notas (con creces) cuando las recuperas:

Cada vez paro más veces a tomar un café tranquilamente, antes de entrar al trabajo y al salir. Las prisas por llegar al trabajo y después las prisas a volver a casa coriendo corriendo me habían quitado esta costumbre. A vosotros no se si os pasará, pero a mi me encanta sentarme en una terraza (o en una mesa que dé a la ventana de la calle) y tomar el café tranquilamente viendo pasar gente. Gente que corre porque llega tarde, gente que va cargada con montones de cosas… pero tú no. Tú estás en tu momento «kit-kat», liberado por unos instantes de toda tensión y prisa. Un «Aún quedan cinco minutos para entrar» o «el atasco de las ocho va a seguir estando ahí dentro de quince minutos» son suficientes para, por unos instantes, dejar de correr y disfrutar del momento.

El otro día estaba yo en este plan a las ocho y poco de la noche. Acababa de salir y había tenido un día más o menos movido, así que estaba disfrutando del «momento café» con toda… y se me debía de notar, porque al mirar por la ventana, entre todo el mundo que iba corriendo para todos lados (era viernes, así que la gente estaba en plena carrera por escapar de la ciudad) un chico, poco mas mayor que yo, caminaba lentamente mirando a la gente en derredor. Durante un segundo nuestras miradas se cruzaron y nos dimos cuenta, que en ese preciso instante, en aquella esquina del mundo, solo nosotros dos estabamos tomándonos las cosas con toda la calma que podíamos, porque, sencillamente no hace falta vivir corriendo. Fue un buen momento. Uno de esos momentos en que sabes, a ciencia cierta, que estas haciendo algo bueno por tí.

Mas adelante, leí por casualidad un artículo que hablaba del slowdown. Que consiste en tomarse todo con calma, o mejor dicho, con la prisa exacta que requieren las cosas, ni un nanómetro por hora más. ¿De que vale matarse a currar como un esclavo quinientas horas al día? «Para poder vivir más tranquilo económicamente» dirán, con razón algunos. ¿Pero si vives así? ¿Qué vida te queda para disfrutar del dinero?

En fin, que estoy de vuelta. Más feliz, con menos prisas, recuperando buenas costumbres y perdiéndome a ratos entre megas y megas de información para mi libro (ains).

Un saludo.

2 comentarios en “Los pesimistas, las cosas buenas y gatos subidos en los árboles”

  1. Muy bueno el post, ¡me ha encantado! Me gustan mucho los chistes 😉
    ¿A qué sabrá ese bocadillo de medianoche? jajaja
    Desde que los datos aprendieron a subirse a los árboles… jajaja

    Es muy cierto que cuando te tomas ese momento de relax y estas en medio del ajetreo, viendo pasar a la gente a toda velocidad, ensimismadas en sus debates interiores, orgnaizando sus vidas, sientes que el tiempo se ralentiza contigo, eres capaz de apreciar todo con más detalle y cuando antes un instante no te parecía suficiente para apreciar las cosas o las personas, ahora el tiempo da de sobra. ¡Simplemente es genial!

    Un saludo 😉

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