Nuevo año, ametralladoras y la supervivencia

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Aquella enorme lata en la que nos encontrabamos se sacudía violentamente contra las olas. La espera había sido larga, pero recorrer aquellos últimos metros parecía demorar más tiempo todavía. Oíamos silbar las balas por encima de nuestros cascos y alguna que golpeaba las paredes de la barcaza. Nos tenían ganas y nos estaban esperando.

Dirigí una mirada fugaz a mi alrededor a mis compañeros. Algunos estaban más nerviosos que yo, otros, más experimentados, revisaban sus armas y se preparaban ante lo inevitable.

Finalmente un estruendo bajo mis pies nos indicó que habíamos llegado y, antes de que nos diesemos cuenta, los portones de la barcaza cayeron sobre la límpida arena de la playa. Los dos hombres que se encontraban en primera fila recibieron la primera descarga de las ametralladoras de las trincheras que se veían al fondo, sobre las colinas que dominan la playa. Pobres. No tuvieron tiempo ni de reaccionar siquiera, pensé mientras saltaba por encima de ellos para inmediatamente echar el cuerpo al suelo e intentar arrastrarme hacia un lugar seguro.

Poco a poco me fui separando del grupo principal con un compañero, mientras los demás iban dirigiéndose hacia los objetivos designados. El nuestro eran dos búnkeres situados a la izquierda, sobre un saliente rocoso. Al alcanzar una pequeña roca que nos servía de parapeto, nos sentamos apoyando la espalda sobre ella y observamos la suerte que estaban corriendo nuestros compañeros: aquello era una masacre. Las ametralladoras del enemigo escupían miríadas y miríadas de balas que impactaban sin cesar sobre las posiciones en las que se encontraban refugiados. Mi compañero hizo el gesto de querer ayudarles pero le puse la mano en el hombro y le dije:

— Tienen que arreglárselas solos. Tenemos una misión que cumplir.

Giré la cabeza por un lateral de la roca y vi el primero de los búnkeres. Cuatro hombres armados en su interior, dos ametralladoras pesadas. En el otro había tres más al pie de otras tantas ametralladoras. Iba a ser difícil, pero había que intentarlo.

Cuando nos disponíamos a salir de nuestra protección para intentar acercarnos sigilosamente los integrantes del segundo búnker comenzaron a hacer fuego sobre nosotros. Trozos de piedra caían encima nuestra, la arena saltaba a nuestro alrededor levantando leves columnas amarillentas, el zumbido de los proyectiles siseaba a nuestros lados y por encima nuestra. Estábamos atrapados.

Al poco tiempo, los miembros del primer búnker comenzaron también a disparar hacia nuestra posición, aunque no hacían uso del material pesado y no estaban teniendo muy buena fortuna con sus disparos para nuestro, relativo, alivio.

De vez en cuando, durante unos segundos, la lluvia de plomo cesaba, momento que aprovechabamos para asomarnos de la mellada roca y descargar nuestros fusiles sobre el enemigo. Nuestro tira y afloja particular duró algo más de seis horas durante los cuales en más de una ocasión creí no poder escapar. A lo lejos mis compañeros habían conseguido avanzar un poco y sería cuestión de tiempo que dominasen la colina y se apoderasen de las trincheras.

Las ametralladoras que se cernían sobre nosotros se acallaron durante más tiempo del habitual. Quizá se hubiesen quedado sin suministros. Es ahora o nunca. Mi compañero y yo salimos cada uno por un lado de la roca en dirección a cada bunker. Saqué las pistolas de la funda y comencé a avanzar disparando a cada sombra que se perfilaba en el interior del búnker. Poco a poco me iba acercando. Vi como dos enemigos caían al suelo agonizantes, un tercero dudó durante un segundo de más y recibió dos disparos de mi 9mm. El cuarto reaccionó rápidamente y lanzó una granada desde el interior que explotó a escasa distancia de mí. Salté para evitar la detonación pero quedé unos segundos aturdido en el suelo. Pude ver como mi compañero había conquistado el bunker pero estaba visiblemente malherido. Quizá había recibido uno o dos balazos de las ametralladoras pesadas y avanzaba muy lentamente hacia mi posición.

Seguía en el suelo mientras escuchaba muy a lo lejos una voz que me gritaba. No lograba entenderla. El ruido de ambiente era ensordecedor. Finalmente otro grito, seco y a escasa distancia me sacó de mi ensoñación.

— Toma otra llamada más de tus clientes. Joder, cógedlas uno de vosotros dos que todo el departamento está a tope.

Tal cual. Espero que os haya gustado la narración, pero a mi no me ha gustado nada vivirla en carnes. No, no he desembarcado en ninguna cabeza de playa ni me he enrolado mercenario ni nada parecido. Solamente que llevamos un comienzo de año de aúpa… que por cierto: feliz año 2011.

Os cuento. La empresa en la que trabajo se fundamenta en varios nichos de mercado, pero principalmente –digamos que casi el 90% de los ingresos– provienen de dos sectores. El caso es que en ambas partes ha pasado algo a vuelta del nuevo año que nos ha tenido pegados al teléfono aguantado chaparrones de clientes a lo bestia.

En mi caso –y el de mi compañera, que ya no estoy solo ante el peligro– mis clientes acaban de migrarse a un programa nuevo, casi casi de un día para otro y claro, eso suponen tres mil millones de llamadas quejándose «porque las cosas como eran antes estaban mejor» o «no se donde está tal o cual» o la archiconocida «¿no puedo seguir trabajando con el programa anterior?»

Los clientes de otro grupo del departamento han padecido un cambio de legislación «a cojones» y hubo que adaptar un montón de cosas a toda prisa y, claro los que no se enteraron del cambio y se extrañaban porque «el programa está haciendo cosas raras» se juntaron a los que se perdían trabajando con la operativa nueva o no entendían la ley.

Vamos… que llevamos quince diítas de cuidado.

Pero, tal como le digo siempre a mi compañera de batallas, «hemos sobrevivido un día más, porque de eso se trata: de sobrevivir». No sé porqué me dice que soy un exagerado.

Seguiremos en contacto. Solamente deciros que os deseo a todos un feliz año, que adelgacéis sin demasiado esfuerzo los kilos que hemos –también va por mí– cogido en estas fechas pasadas, que apadrinéis un cenicero que ahora están en peligro de extinción y que os espero por aquí cuando queráis, que yo ya estoy de vuelta de mis ¿vacaciones?

PD:

Pronto Capítulo 5 de la serie, por si alguien la sigue 😛

2 comentarios en “Nuevo año, ametralladoras y la supervivencia”

  1. Bueno, bueno, bueno….

    Al fin me he decidido a escribir después de no sé cuantos meses. Es que desde noviembre no he parado de trabajar día tras día…

    En primer lugar ¡que chulo te ha quedado el blog! Mucho mejor ordenado y mas fácil de encontrar las cosas.

    En segundo lugar pensé que estabas narrando una escena del desembarco de Normandía!

    Bueno ahora supongo que, unos meses después, ya estará todo mas normalizado.

    Nos vemos.

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