Zapatos de infancia, un folio en blanco y la neurona

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Hoy, no sé por qué, me ha venido a la memoria una anécdota de infancia. A ver, nietecitos, sentáos a mi alrededor.

Hubo una vez, tendría yo once o doce años, en la que fui a toda prisa al colegio. Me vestí rápidamente y desayuné con calma. Demasiada, realmente, porque cuando me di cuenta me había dado la hora y salí corriendo al colegio sin percartarme que me había olvidado de algo.

De pequeño, creo que como todos los mocosetes, era bastante mentiroso… siempre era «y yo más» o excusas por las cuales no había hecho los deberes.  en fin. Ahora no miento nunca, por lo menos conscientemente, pero conservo cierta habilidad para elegir qué hechos reales expongo y hacer que parezcan favorables a mi causa, sea lo que sea que tenga entre manos en ese momento. Y sobre todo, lo hago rápido, sin pensarlo demasiado. Directamente me sale. Por aquel entonces también, pero claro, mi capacidad de medir hasta que punto algo es creíble no estaba muy desarrollada, como por ejemplo no entendía como la profesora no me creyó nunca que mi primo tenía una girafa en casa. En fin.

Llegué a clase, me senté en mi pupitre y no hubo problema hasta que a tercera hora, creo recordar, tuvimos que levantarnos e ir todos al baño a enjuagarnos con fluor. Lo hacíamos todos juntitos como si fueramos una secta. Todos allí, con un vasito blanco en la mano con un extraño líquido de color rosa Paris Hilton a espera que la profesora nos diese la orden para beberlo todos. El caso es que en aquella ocasión, yo estaba de pie con los demás, sujetando el vasito con el rosado elemento, cuando la profesora me pregunta: ¿[Z]eta, Dónde están tus zapatos?

En ese momento miré hacia mis pies y efectivamente: no estaban mis zapatos. En lugar de ello tenía unas gastadas zapatillas de andar por casa. Se ve que en un alarde de mezclar prisa, con despiste y unas pizcas de inconsciencia salí pitando de casa después de desayunar sin calzarme los zapatos… y no me di cuenta hasta ese preciso instante de ello.

El caso es que 0,27 segundos después respondí, directa y seriamente, mirándole a los ojos a la profesora:

— Tengo los zapatos en el zapatero. Se gastó la suela y aún no me los ha devuelto.

Hala. Todo «cheo» de razón. Y la profesora dió por zanjado el asunto.

Mucho tiempo después se lo conté a mis padres. Qué hijo han sacado… jeje. Ahora me doy cuenta de que realmente les dejé en mal lugar a ellos, pero en el momento sentí un gran alivio por salir tan fácilmente de un despiste tan grande con tan poco esfuerzo.

 

Bueno, yo ya me he confesado ¿vosotros tenéis alguna anécdota que contar?

 

Continuando el post de esta semana –si, bueno, mis semanas a veces son muy largas– el otro día me senté delante del ordenador para escribir este post. Me recliné en la silla, encendí uno de esos palitos incandescentes de fumar, como diría el grandísimo Agustín Jimenez, inspiré, hice «flas, flas, flas» con las manos y me dispuse a tocar mi piano particular con el que junto las notas necesarias para poder desgranaros de la manera más simpática posible mi día a día.

Pero no salía nada.

«Bueno, no pasa nada», me dije. Entonces dí una lectura rápida por mis blogs favoritos, consulté el twitter, dí un paseo por la casa, me senté en la terraza y al volver…

…nada nuevamente.

No puede ser, no puede ser… ¿qué es lo que está pasando? me pregunté delante de este moderno «folio blanco» que constituye la pantalla en blanco con el cursor parpadeando. Al final decidí tomar las riendas de la situación y llamé a mi neurona.

— Neurona al habla ¿quién es?

— Soy yo –respondí seriamente.

— ¡Ah! Hola jefe — me responde alegremente la muy pizpireta.

— Mira, estoy intentando sentarme y escribir algo… pero no sale nada ¿pasa algo por ahí?

— Bueno, verás… ya me percaté que querías escribir y que tus intenciones eran escribir algo del estilo de esto pero en cuanto abrí el grifo de las ideas hubo un atasco.

— ¿Un atasco? –pregunté sorprendido.

— Si. Llamé a los de mantenimiento, que tardaron un ratito en venir, por cierto, y han estado mirando por aquí.

— ¿Y bien?

— Uf, a ver por donde empiezo. Tienes la cabeza hecha un lío, al parecer. En el tubo de las ideas tienes dos o tres capítulos a medio fabricar de la serie que estas haciendo en el blog, tienes retazos sueltos de mil cosas diferentes de material para hacer posts, tienes un par de series que quieres ver y no tienes tiempo, así como un par de películas. Tienes una gran bola marrón que creo que es tu preocupación por el trabajo, que las cosas no pintan bien, lo sé. También tienes un montón de arañas que no sé que pintan por aquí…

— eso es el recuerdo de mi cuenta corriente… –le resolví con tono neutral.

— …ah, vale. Y al fondo del todo hay algo enorme… no sé, como un galeón enorme. Creo que es de tu novela de piratas. Por cierto ¿qué tal va?

Me encogí de hombros y respondí

— Bueno, va… no tan rápido como quisiera. He estado documentándome mucho, pero no tengo tiempo para todo. Ahora quiero intentar sacar un post a la semana de tema general, un post al mes de la novela online y algunos al mes de programación…

— ¿Y tienes tiempo para todo eso? Mira que también tienes que trabajar, las cosas de casa, la moza y todo eso…

— Ya… ya…

— Mira, espera a que tengas un mejor horario, que sé de buena tinta que en breve tendrás horario solo de tarde. Aprovecha que puedes acostarte tarde para escribir cosas. Sabes que se me da mejor escribir de noche que de día.

— Ya, pero…

— Pero nada. Jolín. Ya es bastante que estoy aquí sola y consigo hacerte funcionar mínimamente. ¿Sabes la cantidad de trabajo que hay por aquí dentro? Además está todo hecho un desastre, todo tirado por los suelos… ¿te haces una idea de la cantidad de información que tragas cada día? ¿de todo lo que lees? ¿podrías parar un poquito no? …ya sabes, darle menos al coco. Al menos déjame arreglar esto un poco… Además he oido que en otros cerebros hay muchas más neuronas y yo estoy aquí solita. Podrías contratar gente…

— No…

— ¿No? ¿qué?

— Eso de los otros cerebros, con más neuronas…   es un mito.

Y colgué.

Quizá mi neurona tenga razón, tenga que esperar un poquillo a tener algo más de tiempo, quizá deba comprarme un tablón de esos blancos para organizar todas las ideas que tengo en la cabeza… no se. Espero que el folio en blanco no se me quede mucho tiempo por aquí, que me agobia.

…pero hay tantas cosas que quiero escribir. No estoy acostumbrado a quedarme en blanco…

Un abrazo a todo el mundo.

PD. Psss, pssss… Próximamente capítulo 6

2 comentarios en “Zapatos de infancia, un folio en blanco y la neurona”

  1. Jajaja viniendo al cuento de anécdotas de la infancia…
    En el instituto llevábamos uniforme y yo un día llevé un calcetín del uniforme y el otro de los que usaba para andar por casa, se ve que al igual que tu, con las prisas sólo me puse uno y del otro pasé completamente y me puse directamente los zapatos del uniforme!
    En fin qué vergüenza, menos mal que no se dieron cuenta las religiosas del colegio por que yo no contaba con tu chispa para inventarme cosas en el último momento! jajajajaja

    Un saludo!

    P.D.A ver si te organizas mejor y escribes todo lo que te ronda por la cabecita!

  2. El flúor….cuántos recuerdos me trae a mi el flúor… Recuerdo que a mi me gustaba la hora del flúor porque perdíamos tiempo de clase. De todos modos nos obligaban a estar en contacto con una sustancia que es cancerígena en grandes cantidades. Y si tenemos en cuenta cuántos de nosotros nos lo tragábamos (queriendo y sin querer)…

    Creo que ahora está prohibido. Solamente se permite en la pasta de dientes y en proporciones mínimas.

    Menuda historia la de las zapatillas… Me recordó a Carmen Sevilla. Veo que tu rapidez de pensamiento ya se estaba desarrollando de pequeño. Aunque he de decir que a mi me pasó algo peor y fue relativamente hace poco tiempo (unos dos años o así).
    Era una época que estaba yendo a estudiar todas las mañanas a la biblioteca de la facultad de ciencias sociales del Campus de Pontevedra. Resulta que recientemente me había comprado dos pares de tenis de marca nike totalmente negros y con un diseño muy parecido. Pues bien una mañana me levanto y sin darme cuenta me pongo uno de cada en cada pie….A esto de las 11:30 de la mañana no sé como se me da por mirar hacia abajo estando sentado estudiando en una mesa y me doy cuenta del error. En ese momento sentí una vergüenza como nunca antes había sentido. Me levanté sigilosamente esperando a que nadie me mirase los tenis y me fui pitando para casa.

    Bueno como ves este tipo de errores aún se cometen aunque desde aquel día aprendí que no se deben comprar tenis del mismo color y de la misma marca.

    Sobre la falta de inspiración hay días. Días que escribirías un libro entero si el día durase un mes entero y días que no sale ni una linea, aunque para esos días esta tu ingenio en montarte una historia con una de tus neuronas. 🙂

    s2!

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