Ya nada es lo que era, en serio. Te das la vuelta y ¡chas! todo es diferente, supongo que así es la vida o que simplemente a medida que crecemos nos vamos desidiotizando (o idiotizando más según el especimen) y empezamos a ver las cosas de diferente manera.
Y no es algo que me pase a mí solo, qué va, le pasa a todo el mundo… las vacas ya no son vacas, las líneas rectas ya no solo siempre están en obras si no que han estudiado hipnotología y mil cosas más… tranquilos, no he perdido ningún tornillo en todo este tiempo que he estado ausente: Ya los había perdido antes.
Hay días en los que es mejor quedarse en cama, bueno, siendo más coherente con lo que os voy a contar, hay días en los que es mejor no haberse quedado en ella. Uno de esos días es hoy.
Ayer andaba bastante agobiado por una serie de cosillas que llevaban dos días rompiéndome los esquemas y quitándome el nocturno tiempo de sueño. Cuando ando agobiado, despues de clavarme los párpados para que no pueda dormir, lo primero que hace mi cuerpo es poner el cartel de «No Vacancy» en mi estómago y no tengo ganas de comer nada. Así que ayer a medio día dejé mi comida a medio terminar y por la noche no tuve hambre así que no cené.
«Si vis pacem, para bellum», reza el dicho… Tenía que haberme preparado para lo que venía.
A las dos de la mañana me meto en cama y me dispongo, por fin, a dormir tranquilo una vez todo estuvo donde tenía que estar y se hubo terminado mi quebradero de cabeza particular, cerré los ojos y me dejé llevar, que para eso iba a dormir.
En lo que recuerdo de mi sueño, iba conduciendo por una carretera de montaña con muchísimas curvas, hacía calor y yo tenía la calefacción puesta. Vamos que mi camisa (siendo yo seguro que llevaba camisa) se parecería a la de Camacho en tiempos. Curva a la derecha, curva a la izquierda y vuelta a empezar, todo iba bien hasta que de repente el suelo comenzó a temblar con la inigualable fuerza de la naturaleza, la carretera se resquebrajó, piedras de tamaño descomunal comenzaron a llover y el coche iba de salto en salto, hasta que, cuando iba a suceder lo inevitable clavé el freno, el coche se detuvo y la furia de la Madre Tierra cesó.
Me pasé la mano por la sudorosa cara, cerré los ojos y cuando los abrí mire al asiento del copiloto. Habría jurado que allí no había nadie, pero de repente estaba mi madre. Eso es lo que mola de los sueños, que puede suceder cualquier cosa inesperada, así no hay guión que se vuelva lineal. Cuando iba a preguntarle si se encontraba bien y todo eso, me pone una mano en el hombro y me dice:
— ¡Zalo! ¿Qué hora es?
En ese momento, abrí los ojos y me encontré en cama tumbado boca arriba, retorcido entre sábanas y mantas (creo que ya sé porqué estaba la calefacción del coche a toda ostia) y mi madre de pie, al lado de mi cama, sacudiendome el hombro con su mano. Por eso el terremoto había sido tan brutal, si hay algo comparable a la fuerza de un terremoto, esa es mi madre despertándome. Puedo apostároslo.
Cuando me encuadré en la situación, mi madre me repite
— Zalo, ¿qué hora es?
Giro mi cabeza e intento ver sin gafas el despertador…
–…las ocho… menos cuarto — leí murmurando.
Mierda ¡Las ocho menos cuarto!
A estas alturas ya os lo imaginaréis. A las ocho entro a trabajar. El camino me lleva media hora sin tráfico. En ocho años que llevo haciendo esa carretera solo recuerdo haber ido por esa carretera sin tráfico dos veces, y una fue durante un Barça – Madrid.
Finalmente llegué a trompicones a la empresa, tarde por supuesto, tardísimo. Tras las explicaciones de rigor y soslayar la cuestión con un jocoso comentario, me siento en mi puesto y, ale a trabajar.
¿Recordáis el «No vacancy»?
A eso de media mañana mi estómago estaba entonando cancionies Cherokees de guerra mientras danzaba alrededor de mis entrañas. Supongo que sería eso, porque es lo único que me explica como retumbaba todo mi cuerpo cada vez que me rugía.
Pasaron las nueve, las diez, las once, las doce… y finalmente las doce y media. A esa hora estaba previsto que saliera a comer algo y me fuese directito al trabajo de los sábados que me tocaba cubrir a un compañero que no está hoy. Cuando voy a apagar mi ordenador suena el trimpititer, como diría el amigo Wardog, y me quedo mirando el pinganillo en mi mano como si se tratase de una calavera Shakespeariana.
¿Coger o no coger? Esa es la cuestión.
Cogí. (Auch)
Un cliente. Rompió de todo, a veces me gustaría saber cómo se pueden dejar los datos así sin saber. Yo creo que si quisiera hacerlo yo aposta, no sería capaz…
Finalmente le arreglo lo esencial y le digo que el resto queda para mañana. Parece conforme. Genial.
Aún no había acabado de despedirse y yo ya estaba saliendo por la puerta en dirección a la cafetería que está detrás de la empresa, la más cercana. Llego y me pido un bocata. Miro el reloj. Uff, me quedan 40 minutos para comer y llegar allá.
Me ponen, para mi sorpresa, el bocadillo en un pis-pas y poco más tardé en deglutirlo. 30 minutos largos, «vamos bien, vamos bien», pensé para mis adentros. Cuando voy a pagar, saco un billete de 50 (era lo único que me soltaba el cajero), y me dice el camarero:
— Espera que tengo que ir a por cambio.
Que mentiroso.
Por lo que tardó, no fue a por cambio, este debió fabricar moneda a moneda el cambio. Me quedaban poco más de 20 minutos. Si lo llego a saber le hago un «simpa».
Salgo como impulsado por un misil en dirección al parking (obviamente, al llegar tarde no me puse a buscar sitio, así que tiré por lo directo) pago y me voy a junto mi coche. ¿Dónde está? En el lugar donde debería estar hay un Fiat azul… ¿Ein? Ahh, no mi coche está detrás… ¡mierda!
Se ve que el parking a esas horas estaba hasta las trancas y comenzaban a dejar los coches atravesados delante de los ya a aparcados. Me voy a buscar a un panchito de los que trabajan allí y le explico el caso pero cometo un error: Le digo que tengo prisa.
Si no tardaron diez minutos es que tardaron veinte. En fin.
Subo en el coche, meto la tarjeta, la barrera sube, salgo, giro la rotonda por el aire, me lanzo por la avenida, pillo la circunvalación, me salgo, cruzo el parque, vuelvo a girar otra rotonda por el aire, esquivo un millar (por lo menos) de motoristas, salgo de la ciudad por la carretera que lleva a la universidad… ahora si que sí. Pedal a fondo. Frenazo: radar. Ahora sí que sí, pedal a fondo.
Llegué. Dos minutos tarde. Eso es recuperar tiempo perdido.
Por el caminito que va a la hermita, digo, a las oficinas voy fumando un cigarrillo. Mi pulso se relaja y mi estómago decide salir de debajo del hígado y empezar a digerir el bocata. Llego a la puerta, meto la mano en el bolsillo… meto la mano en el otro bolsillo… ¿donde está mi tarjeta?
Definición práctica de silogismo:
Para entrar en un lugar cerrado hace falta una llave. La tarjeta es una llave. No traje mi tarjeta… ¿adivináis como acaba?
Así llegué hasta aquí hoy. Hasta este preciso momento ¿qué más podrá pasar?
¿Habéis tenido algún día así últimamente?
Aquí sentado enfrente al teclado, mientras escribo todo esto me acuerdo de una chiquilla andaluza que entró un día por la puerta de la empresa.
La pobrecilla se había perdido. Su novio/marido/machacante (fue algo que no tuve claro) estaba trabajando en las obras del AVE de Redondela y se alojaba en un pueblecillo cercano llamado Cesantes. Esa mañana supongo que vió que ya era hora de llenar la nevera y desalojar a las arañas que su novio/marido/machacante había dejado vivir allí, ya que no usaba ese espacio para nada. Cogió las llaves del coche y se fue buscando un supermercado.
Hizo la compra. La metió en el coche, arrancó, paró, quitó el freno de mano, volvió a arrancar y se dirigió hacia su desabastecido nidito de amor.
Para llegar al super se había desorientado pero un señor muy amable le dijo que no tenía pérdida. «En linea recta todo el rato sin salirse de la carretera y deberías pasar al lado de tu casa en un rato». «¿Un rato? ¿cuanto es un rato?» se preguntaría ella en el coche.
Despues de un tiempo, decide tomarse algo en un bar, hace calor. Toma una cocacola (ella dijo que si lo llega a saber pide un tequila) paga y el camarero le responde: «Obrigado»
Llegado a este punto de la historia, todos teníamos la misma pregunta en la cabeza, que supongo que es la misma que la vuestra: ¿Qué hará Linsey Lohan en la carcel en estos momentos? … digo ¿como coño se puede llegar desde Cesantes a Portugal yendo en línea recta sin salirse de la carretera? ¿cómo es que no se dio cuenta que aquel lugar no era por el que había pasado? ¿como fue que no se extraño por la diferencia de tiempo invertido?
Para los que no conozcan la zona, como es lógico, de Cesantes a Redondela hay unos ocho kilómetros. De Cesantes a Portugal, por donde yo se ir. Hay que ir de Cesantes a Porriño (unos 20 km) y desde Porriño coger la autovía hacia Portugal (unos 20 más).
Para acabar la escena, la perdida andaluza, nos enseña su teléfono móvil y está apagado. Sin batería. No se sabe el telefono del novio/marido/machacante y no sabe como se llama la empresa. De hecho no sabe ni donde trabajaba (lo dedujimos despues) ya que «Trabaja en argo de loh treneh, quillo». Tampoco sabe el nombre del pueblo donde vive. Nop, definitivamente esta persona no es la idónea para llamar con el comodín de la llamada.
Finalmente, alguien, no recuerdo quién de la empresa, preguntó si aún tenía los tickets del supermercado. Dijo que sí, y en ese punto empezamos a averiguar todo lo que esta mujer no sabía. Los tickets eran de una tienda de Redondela así que la supimos dirigir hacia allá, no pudimos hacer mucho más.
Dado que la enviamos en dirección contraria a por donde vino la primera vez, supongo que a estas alturas estará en Europa del Este.
Finalmente, solo comentar que he estado de vacas al cuadrado, es decir. De vaca durante las vacas, vamos que no hice absolutamente nada de nada. Salvo cuando estuve en Portugal con Rosy no hice ná-de-ná. He escrito más del libro y me ha quedao bastante molón por las opiniones que he recabado y me he tragado toneladas de series y películas.
Me encanta haber tenido algo de tiempo que perder.
Un abrazo a todos todos todos.
Ya estoy de vuelta. Y con las pilas cargadas.
3 comentarios en “Catastróficas desdichas, líneas rectas y tiempo que perder”
Pues si que si, una serie de catastróficas desdichas!!! vaya día!! y lo peor es que anduviste condiciendo a toda pastilla!!!!
Qué cara se me quedó cuando leí ¡Obrigado! me resulta increíble que haya acabado en Portugal! con la de vueltas que debió de dar para llegar!!!! Qué anécdota!!
Me encantó el post
Un beso
Saludos 😉
Ya hace tiempo que a mi no pasa algo parecido pero aún recuerdo una movida que había tenido con el coche hace ya unos 4 o 5 años cuando volvía del CUVI en la que cuando parecía que ya nada mas malo me podía pasar pasaba. Creo que hasta hice un post en tu blog.
Al final se hace cierto aquello de que las prisas nunca son buenas.
Sobre la andaluza extraviada se debería de tatuar un mapa en la piel del camino a casa a Cesantes. Medudo despiste; y ademas totalmente desencuadrada, sin saber donde trabajaba su novio-marido-machacante ,su numero de móvil, etc..
¿Al final llegó alguien para abrirte?
PD: Me gusta mucho tu nuevo template.
Si, estuve rascando la ventana un rato como un gato hasta que alguien me vio y me abrió…
Algo recuerdo del post que cuentas, a ver si lo localizo y lo enlazo… asi no me sentiré solo… jejeje
Gracias por lo del template, he estado dandole bastantes vueltas y este me acabó por encantar.